Pasión por Cádiz

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Cádiz, Andalucía, Spain
AB ORIGINE SEMPER FIDELIS. IN PERPETUAM, SEMPER ET UBIQUEM GADES. QUI POTERS CAPERE, CAPIAT.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

La incorporación de Cádiz a la corona de Castilla.

Cuando Alfonso X el Sabio accede a la corona de Castilla en 1253, marca como uno de sus objetivos el hacerse con el máximo control de las tierras conquistadas por los musulmanes, en aquellas fechas la ciudad de Cádiz era un amasijo de escombros y ruinas totalmente abandonada, pero que el rey consideraba estratégica y en la que proyectaba un puerto atlántico que sirviera de apoyo no sólo para expulsar a los árabes si no también para comenzar la conquista de África, así comenzó la refundación de Cádiz.

La ciudad se convirtió en uno de los preferentes empeños de Alfonso X, para ello preparó una flota armada al mando de Martínez de Fée, navegando la expedición a través del río Guadalquivir, cayó de improviso sobre la ciudad apoderándose de ella, después de permanecer en Cádiz cuatro días, volvieron a Sevilla por la misma ruta al no tener demasiadas fuerzas para contener las arremetidas de los musulmanes de la zona.   

Se repitieron los conatos hasta que en septiembre de 1262 logró conquistarla de manera definitiva, comenzó a reedificarla, construyendo una iglesia en el lugar de la antigua mezquita, la fortificó empezando por la entrada terrestre, aunque aprovechó las antiguas fortalezas romanas, visigodas o musulmanas para edificar un castillo, construyó embarcaderos y atalayas para vigilancia y señales, todo ello puede localizarse sin ningún error en el barrio de El Pópulo.

En ese mismo año, solicitó y obtuvo del Papa Urbano IV la licencia para erigir la iglesia de Cádiz en catedral, trasladando la sede episcopal desde Medina Sidonia, con la advocación de 'Santa Cruz' ya que se concedió el 14 de septiembre, siendo su primer obispo fray Juan Martínez y Ruy Díaz su primer dean.  

Asignó el escudo de una cruz sobre las olas del mar, y expresó su anhelo de tener su sepultura en el templo mayor gaditano, esta deseo nunca se cumplió. Concedió a la ciudad la bandera con los colores de Castilla, que tiene en la actualidad, su escudo con Hércules y los dos leones y la leyenda "Hércules fundator gadium dominatorque", aunque no deja de ser curiosa la licencia a la mitología en tiempos en los que la religión era el centro de todo, aunque este semidios es referido por el propio rey en sus 'Crónicas generales', en unos relatos lo identifica como la misma isla “después Gades la isla de Hércules, que se llama, con otro nombre, Cádiz”


En dos años, la ciudad estaba preparada para acoger a los primeras personas que Alfonso X envió para habitarla, se componían de trescientos colonos de los cuales cien eran hidalgos, al frente de esos pobladores venía el noble Guillén de Berja, todos ellos fueron recompensados con tierras en el interior como agradecimiento por participar en la ocupación de Cádiz.   Decretó la libertad de comercio sin el pago de ningún derecho, la facultad a personas de fuera de la ciudad para introducir sus mercaderías en Cádiz pagando un tercio menos de los derechos que se pagaban en el resto del reino, una feria de un mes y la preferencia a los clérigos de la ciudad para las prebendas de la iglesia local.

En 1264 decretó la expulsión de los musulmanes gaditanos tras una rebelión de estos al poder castellano, para suplir esta bajada de población, llegó a Cádiz un segundo grupo de pobladores, la mayoría cántabros, aunque también llegaron franceses, italianos, portugueses y de otras ciudades españolas en menor número. Un año después dio a Cádiz el título de ciudad dotándola de alcalde, alguacil mayor y seis regidores.

La ciudad recibió tierras y posesiones en el resto de la bahía: La Puente (San Fernando), Rahayana (Puerto Real) y Alcanatif (Renombrada por Alfonso X como El Puerto de Santa María) quedaron vinculadas a la ciudad y en la lejanía para aquellos tiempos, lugares como Rota, Regla y Las siete torres (Sanlúcar de Barrameda).

A partir de entonces, Alfonso X desvía su intención y su anhelo se centra en coronarse emperador del Sacro Imperio en Europa, por lo que el empuje que mantenía los proyectos sobre Cádiz comenzaron a menguar, la ciudad, atiborrada de privilegios, no estaba preparada para seguir su curso sin el apoyo del rey.   De ello se dan cuenta las tropas meriníes del norte de África, aliadas del reino de Granada, por lo que lanzan sus primeras escaramuzas en las que conquistan Ronda, Tarifa y Algeciras.

Las tropas cristianas se repliegan hasta Jerez al mando del infante don Fernando, donde consiguen frenar la conquista de los meriníes africanos aunque no pueden evitar numerosos encuentros bélicos en toda la provincia.

Cádiz queda bajo la corona de Castilla y los pueblos aledaños colocan "...de la frontera" (Jerez, Conil, Chiclana, Vejer, etc.) en su nombre como indicativo de ella frente a los musulmanes mientras Cádiz orienta hacia el comercio y el mar su historia decidida a luchar por sí misma para su supervivencia.

En 1284 muere Alfonso X, sin que se lleve a cabo su deseo de ser enterrado en Cádiz.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Mis articulistas preferidos: Antonio de la Cruz

Todo un privilegio y un honor poder publicar el artículo de Antonio de la Cruz, cedido gentilmente por su autor a este blog y que ha obtenido el primer premio de la revista "Hades".  Trata sobre un tema algo desconocido: Los pontones o cárceles flotantes fondeados en la bahía de Cádiz donde se encerraron a los prisioneros y ciudadanos franceses durante la primera década del siglo XIX.

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Las cárceles flotantes de la Bahía: los pontones de Cádiz

“(…)Al levantar un cadáver, encontraron un papel que ponía: Hoy hace quince días que no he comido nada. Por fin, ese mismo día, vimos venir por el horizonte la barca que nos traía la comida(…)”. Sebastien Boulerot, 11 de febrero de 1809, cautivo en los pontones de Cádiz.

La primera gran derrota del ejército de Napoleón, la batalla de Bailén el 19 de julio de 1808, desencadenará una serie de actos cruciales para la historia de España y de la ciudad de Cádiz, además de significar el primer varapalo en tierra firme al déspota francés que, acostumbrado a las mieles de la victoria militar, encuentra el freno a la conquista de nuestro territorio nacional, quedándose Cádiz y la Isla de León como los últimos reductos de la España libre.

El general Castaños será el encargado de recoger la espada “vencedora en cien combates” del general francés Dupont en las capitulaciones de Andújar, en cuyos términos se establecen la rendición francesa y el traslado de las tropas a Francia desde Cádiz en barcos ingleses. Pero, pese a lo escrito, los 17000 hombres que formaban parte del ejército de Dupont, tendrán una suerte muy dispar y que, aún hoy día, salvo la luz arrojada por investigadores como Lourdes Márquez, Recordando un olvido: Pontones Prisiones en la Bahía de Cádiz. 1808-1810 o Vicente Ruiz, Los pontones de Cádiz y la odisea de los soldados derrotados en la Batalla de Bailén, la historiografía parece mantener oculta: las prisiones flotantes de la Bahía de Cádiz, los pontones de Cádiz.

Los barcos de la muerte, los sepulcros flotantes, los pontones de Cádiz, herederos de las cárceles flotantes inglesas de Plymouth, llegan a nuestras aguas y serán los centros de cautividad de los ingenuos franceses, creyentes de su fugaz paso por la provincia hacia su tierra natal. Nada más lejos de la realidad.

Navíos sin mástiles, en línea, sin medios técnicos para la navegación, amarrados a muertos fondeados en la poza de los holandeses, en la entrada a la bahía gaditana, serían la última morada de miles de prisioneros de guerra, cuyo último atisbo de esperanza pasaba por su soñado regreso a Francia.

Las condiciones en los pontones fueron de una dureza atroz. El conglomerado de presos luchaba por hacerse un hueco en una prisión flotante superpoblada ya que, a los más de 17000 hombres de Dupont, habría que sumar los más de 3000 marinos de las filas de Rosilly. Además de los pontones, se repartirían entre el Castillo de San Sebastián, la prisión de San Carlos, diversos puntos de la provincia de Cádiz como San Fernando, Sanlúcar o Rota y, cómo no, el Hospital de Segunda Aguada, que bien nos lo indica en su monográfico, el investigador gaditano y amigo Fco. Javier Ramírez Muñoz.

Muchos de los recluidos vagaban enfermos y semidesnudos por cubierta bajo la mirada de algunos gaditanos que se acercaban con sus barcas para ver tan dantesco espectáculo e, incluso, las mujeres de las clases sociales más destacadas de la ciudad anunciaban a voces desde sus resguardadas barcas que la miseria de estar recluido en los pontones finalizaría pronto, cuando fueran llevados a tierra y pasados a cuchillo.


Las memorias de prisioneros franceses nos transportan a un contexto cuanto menos tenebroso. Los cadáveres, amontonados, hacían las veces de festín para cuervos y rapaces. Así pues, François Gille, relata en sus memorias cómo empezaron a tirar cuerpos de compañeros fallecidos al agua y, sorprendido, escuchó el último grito de uno de ellos al chocar con un ancla atada al navío. Debido al deterioro y estado físico de los apresados, tal era la dificultad de distinguir entre vivos y muertos.

La alimentación dependía íntegramente de los abastecimientos, tardíos y escasos, que llegaban desde la costa. Se viven auténticas escenas de desesperación, los perros y otros animales fueron los primeros en caer como parte de un menú inexistente para el raso de los cautivos franceses. La carestía de agua obligó en ocasiones a hervir las legumbres secas y arroz en agua salada y, la falta de alimentos, a hervir correas, tirantas o cordones para llevarse algo sólido a la boca.

Arrastrados por las mareas, los cuerpos aparecían en diferentes puntos de la ciudad. En los muros, punta de la vaca, roqueos y en la misma playa, aparecían decenas de cuerpos. La insalubridad de estos navíos, unidos a la falta de abastecimiento y la presencia de cadáveres en las aguas de Cádiz, hizo temer por la salud del pueblo que aún recordaba con temor la fuerte epidemia de fiebre amarilla en 1800.

Ante esta situación, las autoridades gaditanas, preocupadas por el ataque a la salubridad y ante el miedo de una nueva epidemia, dictaminan la prohibición de tirar cadáveres al agua desde los pontones, y se destinará una barca que, como Caronte, será la encargada de recoger a los cuerpos. Tal fue el miedo que, ante el repentino engorde de los peces de la bahía, se dejó de comer pescado…


Casos como el del pontón Rufina, donde se encierran a 157 franceses residentes en Cádiz por el hecho de ser francés, rescatados del anonimato por la investigadora Hilda Martín; el Castilla donde se alojaron a los oficiales y, según el boticario Sebastién Blaze, se hacían veladas musicales y no se veían las caras pálidas y sombras errantes que poblaban otros pontones como El Terrible; El Argonauta, el más cercano a la costa y cuyos presos cortaron los cables fruto de la desesperación para emprender la huida en busca de la libertad…; El Miño, el Vencedor y otros nombres asociados a una de las historias más negras de las aguas gaditanas dónde, hoy día, muchos disfrutamos de idílicos paseos y puestas de sol. Incongruencias de la vida y la historia.




lunes, 7 de noviembre de 2016

1800. Cambio en las exequias gaditanas ante la epidemia de fiebre amarilla.

El nuevo siglo empieza con mal pie en Cádiz. Una nueva epidemia de fiebre amarilla comienza en agosto de 1800. Las autoridades se ven desbordadas con un problema doble: asistir a los enfermos en sitios adecuados y dar sepultura a los difuntos.

Ya en 1787 en la Real Cédula del 3 de abril se prohibieron los enterramientos en intramuros pero nunca se le hizo demasiado caso, fundamentalmente por la negativa de la gente a enterrarse fuera de la ciudad, unido al desinterés del cabildo eclesiástico e incluso del propio ayuntamiento. Pero con esta epidemia, esta Real Cédula se cumplirá a rajatabla y para ello se destinó como cementerio común el de la parroquia de San José, pero debido a sus pequeñas dimensiones, se le añadió un terreno contiguo.

La virulencia de la epidemia era tal, que se cuenta como se le colocaban trapos a las ruedas de los carros que transportaban los cadáveres al cementerio para no alarmar a la población haciendo el menor ruido posible, ante ello, en la junta celebrada el 30 de agosto y conforme el cabildo eclesiástico y el ayuntamiento decidieron abreviar la visita del fallecido a la iglesia al máximo y enviar inmediatamente los cadáveres a la explanada donde se estaba construyendo la nueva catedral para que permanecieran allí ya que era un lugar amplio y bien ventilado, hasta su traslado al cementerio.

En el cabildo del 24 de abril de 1802, se recoge un memorial de los curas propios del sagrario de la Catedral de Cádiz en el que reconocen que estas disposiciones anteriores no se pueden observar con todo su rigor. Por un lado, cierto es que se acortan los oficios fúnebres al máximo, pero no para todos, dependiendo del grado de importancia del fallecido. Además, son muchas las personas que mueren, faltan sacerdotes para celebrar funerales y las familias sacaban con premura los cadáveres de sus casas.  Además, dicen que el gobernador, ante la transgresión de esta norma por parte de la Iglesia del Rosario que celebró honras fúnebres con el cadáver presente de la Condesa de Villamar, pone guardia delante de la casa del difunto don Pedro Sánchez, maestre de la Iglesia Catedral, para impedir que éste sea conducido a la iglesia.

Los párrocos continúan diciendo en su memorial que de esta manera se instituyó en Cádiz un nuevo modo de enterrar cuya situación era la siguiente: la iglesia callaba, el ayuntamiento se iba apropiando de los derechos de entierro y el pueblo creyendo que estaba prohibido llevar el cadáver a la iglesia, no hacía funeral.  Los fallecidos son conducidos al cementerio sin la cruz de la parroquia y las exequias se hacen por parte del ayuntamiento exigiendo además de los trescientos reales por un nicho, treinta o cuarenta reales por la calesa en donde es transportado el cadáver y así los párrocos pierden el derecho de sepultar.

En respuesta, se advierte a los párrocos, que S.M. el rey Carlos IV, enterado de las diferencias entre párrocos y ayuntamiento, aprueba la conducta del cabildo y les recuerda que no deben hacerse funerales a cuerpo presente en los templos.

Con todo esto, se abre una etapa de agravios. Por parte de los párrocos se entiende que este nuevo modo de exequias es contrario al Ritual Romano, se le quita a la parroquia y a sus ministros el derecho de sepultura y es ofensivo a la piedad cristiana y piden que como el derecho de sepultura debe de ser de la parroquia, que se restablezca el orden de exequias según el anteriormente mencionado Ritual. Esto es firmado por los cuatro párrocos de Cádiz el 20 de noviembre de 1801.

El cabildo responde en marzo de 1802 diciendo que cumplen órdenes de S.M. el rey y que los párrocos no tergiversen los hechos ya que nadie les impide que vayan a casa del difunto a dar fe de su muerte ni que recen por su alma y que como bien saben, no entra en el cementerio ningún difunto sin la papeleta del cura de su parroquia donde certifica la defunción. Lo único que se ha prohibido es la presencia del cadáver en la iglesia y que el ayuntamiento se encarga de la sepultura haciendo un bien público.

Ante estas desavenencias podemos pensar que algunos miembros de la iglesia, temían la indiferencia de los fieles y por tanto sus consecuencias financieras. Tenemos que recordar que los párrocos dependían económicamente de las limosnas que se daban para la cura de las almas, porque ellos no participaban de los diezmos. Esta actitud acaecida a principios del siglo XIX va a ir haciendo ver a toda la opinión pública que la preocupación principal era la recaudación que le suministraba los entierros y funerales.

miércoles, 19 de octubre de 2016

La Residencia Sanitaria 'Fernando Zamacola'

La Residencia Sanitaria del seguro de enfermedad "Fernando Zamacola" se inaugura el 22 de marzo de 1954, dicho hospital supuso un antes y un después en el tratamiento de enfermedades y cultura de salud y sanidad no sólo en la ciudad de Cádiz si no también en su provincia ya que anteriormente, la asistencia sanitaria se limitaba a dispensarios y a lo sumo, al hospital de Mora construido en 1903 junto a la playa de La Caleta.  

El edificio debe su nombre a Fernando Zamacola Abrisqueta, un falangista nacido en Cariño (La Coruña) y que destacó en acciones bélicas en la provincia de Cádiz durante la guerra civil.

La Residencia Sanitaria tenía una superficie de 14.644 metros cuadrados y un volumen edificado de 49.890 metros cúbicos, y fué proyectada por el arquitecto Juan de Zavola en tipo monobloc a base de cincuenta camas por planta, con salas de dos y cuatro camas, aunque excepcionalmente existían salas de hasta seis camas, además de habitaciones individuales para infecciosos y aislados, el bloque hospitalario estaba dividido en dos partes: la residencia propiamente dicha y el ambulatorio.

La parte destinada a residencia, estaba formada por un cuerpo de edificio en el que se disponían las enfermerías y sus servicios generales, y un segundo cuerpo situado en el eje principal del edificio, en el que se habían dispuesto los servicios quirúrgicos, central de esterilización, reanimación, etc.

Por plantas, se distribuía de la siguiente forma:

- Una planta semisótano que se destinó a almacén de víveres, repuestos, lavadero, cocina, depósito de combustibles, calderas, mortuorio, y una vivienda para el conserje general la cual tenía acceso independiente desde la calle.

- Planta baja: En la misma se situaba el servicio de ambulatorio, en el ala izquierda se situaba el sector dedicado a la enseñanza, donde existía varias aulas, con capacidad para cincuenta alumnos, Aula Magna y sala de conferencias, todo ello con entrada independiente desde la calle para acceso directo de profesores y estudiantes.

En el ala derecha, se ubicaban los servicios de radiología, así como la cafetería del centro.  También existía una capilla a la que se podía acceder desde el interior del edificio o bien desde la zona ajardinada que rodeaba todo el edificio.
 
- Primera planta: Se destina a clínica de cirugía, con un total de cincuenta camas, el grupo quirúrgico estaba compuesto por dos quirófanos, cuartos para preparación de pacientes, descanso de médicos, subestación de esterilización, departamento con baños, duchas, salas de curas, de reconocimiento post operatorios y cuarto de ropa sucia enlazado con el lavadero por montacargas.

- Planta segunda: Destinada a clínica de ginecología y obstetricia, con veintisiete camas, un nido para recién nacidos con capacidad para doce cunas, cuatro cunas termostáticas para prematuros y otras tantas aisladas para infecciosos.  También disponía de una pequeña cocina para preparación de biberones y comidas pediátricas, consultas de control de embarazos y un quirófano especial para operaciones ginecológicas y partos.

- Planta tercera: Estaba destinada a cirugía especial, con cincuenta camas, dos quirófanos, salas de yesos, vendajes, así como consultas post operatorias y cuartos auxiliares, la planta cuarta se utilizaba exactamente igual que la tercera.

- Planta quinta: La zona trasera de esta planta estaba dividida en dos partes, la de la derecha era la residencia de la comunidad de monjas que trabajaban en el hospital, y disponía de aseos, comedor, oficio, oratorio y cuarto de estar.    La otra parte era la residencia de enfermeras, con dormitorios, comedor, sala de estar y aseos.    En la misma planta estaba las camas de observación post operatoria, junto a las aulas, cuartos de estudio y una pequeña biblioteca para los estudiantes.

- Anexos superiores: Eran zonas de esparcimiento para convalecientes, archivos y oficinas de administración interna.

Disponía el hospital de dos ascensores para camas desde el vestíbulo, un montacargas y otros dos para personal médico, enfermeras y público, además de escalera principal que se dividía en plantas superiores.  También existía dos elevadores exclusivos para comida y material quirúrgico.  

La climatización era de lo más vanguardista, la calefacción se controlaba por una superficie de radiación de 1.252 metros cuadrados. El aire acondicionado tenía una instalación de un grupo de 20.000 frigorías, con refuerzos menores situados en cada planta.  

Por medio de tres calderas con una superficie total de treinta y seis metros cuadrados de superficie, se producía todo el vapor necesario para los distintos grupos de esterilización, estufa de desinfección, lavadoras, plancha, secadero, cocina y limpieza específica de vajillas, cuñas, y todo el material no sanitario.


El agua caliente la producían dos bombas mediante dos calderas de veintidós metros cuadrados de superficie, calentándola a ochenta grados centígrados se distribuía por todo el hospital a través de dos bombas de manera inmediata o bien se acumulaba en dos depósitos térmicos de tres mil litros de capacidad cada uno.

La electricidad se surtía desde una central de transformación a la que llegaba una corriente de seis mil voltios y donde mediante un transformador de 50 y dos de 75 kilovoltioamperios, se transformaba en baja tensión, destinando el primero para las instalaciones de electro-medicina y los otros dos, para los servicios de alumbrado y fuerza.

También existía una central de megafonía con distribución de radio en todas las habitaciones de enfermos, llevando cada cama una toma de corriente, con la que se conectaba un auricular de almohada para que cada paciente pudiese oír una emisión de radio sin molestar al resto de personas de su alrededor.

Por otro lado, había un sistema de telefonía interior para intercomunicación de unos locales con otros, un sistema de busca personas y un servicio de llamadas de pacientes a enfermería con dos clases de sonido: normal y urgente.   Los posibles cortes eléctricos estaban previstos, para ello existía un alumbrado supletorio por medio de baterías trabajando a 127 voltios, que automáticamente se conectaba a la red al faltar el fluido eléctrico.

Como medidas de seguridad, el hospital contaba con aislamientos específicos contra las explosiones de anestésicos producidas por chispas eléctricas o la propia electricidad estática, y como precaución principal, además de establecer en el suelo un entramado metálico con derivación a tierra, todas las tomas de corriente para lámparas, aspiradores, etc., llevaban su correspondiente interruptor general, manejado por el personal especializado.

En las consultas ambulatorias, el hospital fue pionero en instalar pantallas en las salas de espera en las que sucesivamente iban apareciendo los números que desde la consulta marcaba la enfermera.  También disponía de señales luminosas de "No entrar", "Ocupado", "Zona quirúrgica", etc.

El viernes 27 de septiembre de 1974 comenzaron los primeros trabajos de demolición, derribando aquel día las dos alas frontales y las edificaciones mas bajas, y la semana siguiente cayó el grueso del edificio bajo unos mil quinientos barrenos y cuarenta y cinco kilos de dinamita plástica dejando más de sesenta mil metros cúbicos de escombros, esta segunda fase fue incluso retransmitida por televisión, la Residencia daba vía libre para construir en menos de dos años el actual hospital "Puerta del Mar".

Desde su inauguración hasta su demolición, miles de gaditanos nacieron, sanaron y otros murieron dejando en todos ellos su impronta hasta tal punto que muchos en Cádiz aún conocen el hospital "Puerta del mar" como "La Residencia".



martes, 27 de septiembre de 2016

Mis fotos antiguas de Cádiz

Una fotografía antigua de Cádiz, realizada hace 116 años y que corresponde a la obra de derribo de las murallas de la ciudad.

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jueves, 18 de agosto de 2016

Mis articulistas preferidos: Mari Carmen Sánchez Astorga

En el LXIX aniversario de la explosión de Cádiz.  18 de agosto de 1947.

De nuevo amanece un 18 de agosto, tal y como amaneció hace 69 años…

 Un día de verano en el que Cádiz despierta fresca por el salitre de la espuma del verano. La gaditanía hace sus quehaceres como otro día cualquiera y al terminar la calurosa jornada los niños juegan en la calle, los padres descansan en los patios de las casas al fresco, las madres preparan la comida fuerte del día: la cena y los más atrevidos se encuentran en la playa, sobre todo los de la zona de extramuros.

 Los agricultores de Chiclana, Conil y otras poblaciones cercanas van llegando con sus productos y acampan fuera de las murallas para esperar el amanecer y acudir a la plaza de abastos, algunas parejitas y amores prohibidos también se citan por esa zona para vivir su amor a espaldas de matronas pendientes de la moralidad de las niñas y de la sociedad nacional-católica que impera.
 
Pero ese día de agosto, se convertirá en un trágico verano que ha traspasado las generaciones. Todos los gaditanos de 40 a 60 años, hijos de aquellos niños que presenciaron la tragedia, la tenemos presente y la sentimos como si hubiéramos estado allí. Todos podemos contar cuatro historias, todos podemos narrar con detalle qué hacía mi padre, qué hacía mi madre, qué hacía mi abuelo o qué hacía mi abuela.
 Rara es la persona que no puede narrar, describir, oler lo que sintieron aquellos niños que lo vivieron más que con miedo con espíritu de aventura. También transmitimos la preocupación de aquellos padres que tenían a sus hijos desperdigados por el barrio y ante el horror se echaron a la calle buscando a su prole con el corazón acelerado temiendo que alguno estuviera herido o desaparecido.
 
Agitación y nervios de familias que ante el apremio de los guardias y militares se agolpan en La Caleta y en el Campo de las Balas ante la posibilidad de que la tragedia vuelva a repetirse.
 
Esa noche calurosa, cinco minutos antes de las diez, un niño, en la esquina de las calles Botica y Teniente Andújar pudo ver un gran destello de luz que le impresionó unos instantes y al segundo notaba que una fuerza le tiraba de espaldas, sin llegar a comprender qué estaba ocurriendo.
 
Niñas que juegan a “las casitas” en una casapuerta y de momento una lluvia de cristales les cae encima, adolescentes que están en el Cómico viendo la sesión del día “Tarzán y su hijo” y un estruendo y roturas en la sala le hacen huir del cine despavoridos, personas que descansan al fresco después de pasar un tórrido día de agosto,  bebés y niños pequeños que por diversas circunstancias viven en la "Casa Cuna", trabajadores que van y vienen a los muelles o astilleros gaditanos, muchachos que cumplían el servicio militar en "Torpedo"…
 
A todos les afecta de forma directa, unos mueren, otros están heridos, y los que tienen la suerte de sobrevivir corren a refugiarse donde pueden, bajo un puente, en una casapuerta, a la playa; los niños corren hacia sus casas y a la vez los padres hacia la calle para por fin reunirse todos.  Nadie, en el Cádiz interior, sabe qué ha pasado, ya que sus murallas, las que sirvieron para defenderla de los ataques extranjeros también sirvieron para acorazar y proteger a la Tacita de Plata.
 
Peor suerte corrieron los que vivían o estaban fuera de las murallas, solo los que estaban en la playa pudieron contarlo, los demás quedaron arrasados, aniquilados.  Al gobierno le vino bien tantas personas anónimas que pernoctaban en extramuros para desinflar el número de cadáveres que provocó la tragedia.
 
Nuestra generación creo que no ha sabido transmitir este acontecimiento y en futuras generaciones quedará como una mera anécdota acaecida aquel 18 de agosto de 1947. 
 
 
Pero hoy, todavía, cuando en los atardeceres gaditanos el cielo se viste de colores rosados a aquellos niños que vivieron tan trágico suceso y sus descendientes más directos, les recorre un escalofrío y piensan: “El cielo está rojo como la tarde de la explosión ¿ocurrirá algo?...”

lunes, 25 de julio de 2016

Cádiz en el siglo XVIII

Durante el siglo XVIII, Cádiz vivió una época de esplendor al convertirse su puerto en  la cabeza del tráfico comercial con las Indias.

Las rutas de la navegación desde Cádiz a las Indias sufrieron pocas variaciones desde el primer viaje de Cristóbal Colón hasta bien entrado el siglo XIX, porque estaban determinadas por las fuerzas de la naturaleza: Corrientes marinas y vientos imperantes  en las zonas de navegación.  Lo más usual era zarpar desde Cádiz hasta el archipiélago canario y de ahí dar el salto a los diferentes puertos establecidos en las Antillas y el Caribe, para a partir de ahí, llegar a los diferentes puertos a lo largo de toda la costa americana.


Había una serie de rutas establecidas, la más corta desde España se llamaba 'Islas' y sus destinos estaban en Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba, la que llegaba a Veracruz se denominaba 'Nueva España'.  La que llegaba a Barranquilla, Cartagena de Indias, Panamá, Caracas se le llamaba 'Tierra firme'.  Había otra línea mucho más larga que era la que llegaba desde las Antillas hasta Buenos Aires o aún más al sur, haciendo por esta zona una navegación de cabotaje en algunos casos.

Para el regreso, se hacían una serie de escalas: Cuba, principalmente en La Habana o Santiago, también se pasaba por Bermudas, Azores, hasta llegar a Cádiz.

España impuso un sistema de monopolio que estuvo vigente hasta 1778, para ello se basaban en un derecho por haber descubierto y conquistado el territorio americano. 

En un principio, el puerto de embarque y desembarque fue el de Sevilla aunque los puertos de Sanlúcar y Cádiz lo auxiliaban en ocasiones, pero a partir del año 1717 la exclusividad pasa al puerto de Cádiz, así como la Casa de Contratación, que se establece en Cádiz ese mismo año hasta 1768, dicho organismo interviene en todo lo que atañe a la navegación, desde inspección de barcos hasta organización de viajes o flotas, permisos, autorizaciones, licencias, cartas de navegación, titulaciones, recaudación de impuestos, etc.   También tenía autoridad judicial para dirimir en casos de los pleitos que podían surgir entre navieras, violación de leyes del mar, causas civiles, comerciales o criminales.

El comercio marítimo de las Indias con Cádiz exportaba en importaba diferentes productos: En Cádiz se desembarcaba principalmente cacao, café, azúcar, tabaco y cuero, y en menor medida lana, esparto, perfumes, tintes, etc.     También se importaban metales preciosos, oro y plata en lingotes o monedas, y otros metales tales como estaño o hierro.

En Cádiz se embarcaba rumbo a las Indias sobre todo vino, aceite, aceitunas, papel, jabón, carne salada, tejidos, herramientas, aperos de labranza, cera y en menor medida otros productos que a su vez venían importados de otros lugares.


La burguesía gaditana, como caso único en España, es activa.  Ellos son los grandes comerciantes, navieros, banqueros, consignatarios que mantienen un alto nivel económico  en la ciudad, en estratos más bajos, están los artesanos, marineros, almaceneros y pequeños empresarios que también se benefician del comercio con América ya que toda la sociedad está vinculada unos con otros.

La ciudad de Cádiz crecía de manera imparable, debido sobre todo a la actividad comercial que generaba el puerto, también crecía la población con emigrantes venidos desde diversos puntos de España y del extranjero que establecieron importantes colonias: franceses, italianos (los genoveses crearon escuela), flamencos, ingleses, irlandeses, etc.  Los burgueses y grandes comerciantes edificaban sus casas señoriales, que eran vivienda y lugar de trabajo (oficinas, almacenes), se construían barrios populares para las clases bajas y se contribuía económicamente o con mano de obra a levantar o restaurar iglesias y capillas que han llegado a nuestros días en un excelente estado de conservación en la mayoría de los casos.

A la vez de esta expansión del siglo XVIII, se construía una colosal muralla defensiva perimetral. En 1727 concretamente, se constituye la Real Junta de Fortificaciones, de la que formaban parte el municipio y la Corona, que lleva a cabo la tarea de cerrar la ciudad por los cuatro frentes: el de Tierra, culminado en 1756; el de Poniente, el del Vendaval, que no respondía a necesidades defensivas, sino como protección del mar, se terminaron en 1791; y finalmente, el de la Bahía, siendo este el más importante por su carácter portuario y por sus más directos vínculos con la actividad comercial. 


El derribo de las murallas comienza el 3 de marzo de 1906 con el acto simbólico de quitar la primera piedra por parte del alcalde Cayetano del Toro.  Actualmente sólo hay partes muy localizadas de esas murallas en la zona de San Carlos y Puertas de Tierra.


Toda edificación levantada era de estilo barroco, pero a partir de 1751 con la publicación en Francia de la Enciclopedia (Ilustración) y cuando llegan a Cádiz esas nuevas ideas, comienzan a influir en las ideas, las formas de vestir y por supuesto en estilos arquitectónicos, llegándose a crear en 1789 en la ciudad la 'Academia de las tres nobles artes' que favoreció la expansión del estilo neoclásico, así en los últimos años del siglo XVIII y en los primeros del XIX, en la ciudad conviven barroco y neoclásico cuyo patrimonio ha llegado a la actualidad y que se puede ver en las numerosas iglesias, catedral, edificios como el de Pazos de Miranda, el Ayuntamiento,  innumerables casas en calles como Columela, Ancha, Antonio López, San Francisco, o en  plazas como San Antonio, España o Mina.

En 1778, durante el reinado de Carlos III, se publica un dañino decreto sobre la libertad de puertos comenzando así la decadencia comercial gaditana, el país entra en una espiral bélica contra Inglaterra y Francia en los últimos años del siglo XVIII y las primeras década del XIX.

jueves, 23 de junio de 2016

La Asociación gaditana de caridad



La Asociación gaditana de caridad era una de las principales casas privadas de beneficencia que había en la ciudad a finales del siglo XIX y principios del XX. Estaba situada en el número 1 de la calle San Nicolás, a muy pocos metros de la iglesia de La Palma en el corazón del barrio de La Viña, a día de hoy, aún se conserva encima del dintel de la puerta, un enmarcado de mampostería donde estaba el rótulo de la asociación. 
 
 
Gozaba de una perfecta organización y la ciudad se beneficiaba de una u otra forma de la actividad que realizaba, la junta directiva más notoria fue la formada por don Juan Antonio Gómez de Aramburu y don Diego Izpisúa, presidente y vice presidente respectivamente.
 
Tenía una planta baja en la que se encontraban la oficina, cuatro comedores (uno destinado exclusivamente a niños y otro más pequeño a ciegos),cocina y despensa; se servían diariamente alrededor de 900 almuerzos y cenas, sus comedores generales eran bastante amplios donde, en dos enormes mesas, entraban 400 personas en cada uno de los dos turnos que tenía.


La cocina, de estilo francés, estaba situada en el centro de una amplia y ventilada estancia, con conexiones de agua directa por tubería a las calderas fijas en los fogones que eran alimentados por carbón, por lo que también existía una carbonería anexa al edificio.

Tenía gran fama su pulcritud y orden en platos, menaje, mantelería, etc., incluso tenía un dispositivo para guardar el pan en cuatro grandes cajones con cierre automático.  Los comestibles eran almacenados y clasificados en la despensa del centro, colocando cada uno dependiendo de su consumo o caducidad, también disponía de cinco grandes aljibes.

Los dos pisos superiores del edificio servían de albergue para unas 70 personas, de diseño de casa de vecinos gaditana, tenía habitaciones que salían a un corredor que rodeaba el patio.  

En la primera planta se situaba las dependencias del conserje y vigilantes, también estaban una serie de habitaciones para reuniones segregadas por sexo, así como pequeñas aulas. 

El segundo piso servía como dormitorios individuales, donde la Asociación facilitaba la cama, colchón, sábanas, bujía de luz, prendas de vestir dos veces al año y cuatrocientos gramos de jabón cada quince días, dando la oportunidad a cada asilado a tener sus objetos personales.  También había asistencia médica a cargo del facultativo don Antonio de la Torre.

Por otro lado, la asociación disponía de barbería y lavandería, así como de limpieza personal y específica ocasional completamente gratuitos, los inodoros estaban en un apartado donde había que llegar atravesando un jardín. El horario de cierre de la casa era a las once de la noche así como a las horas fijadas para cada comida.

Para controlar el número de personas que usaban el comedor, había unos casilleros con fichas asignados a cada beneficiario, también había un servicio para entregar comidas en los domicilios necesitados.   El gasto total diario de los servicios oscilaba de ocho a diez pesetas.

viernes, 20 de mayo de 2016

Mis fotos antiguas de Cádiz


Un par de fotografías antiguas de Cádiz, concretamente de 1927 en la que se aprecia dos imágenes de la biblioteca que existía en la cripta del monumento al marqués de Comillas, don Claudio López Brú.

Dimensión original 1518 x 1047

 
 


jueves, 5 de mayo de 2016

Mercedes Formica, abogada y escritora, gaditana ilustre.


Mercedes Formica-Corsi Hezode nació en Cádiz el 9 de agosto de 1913 en el seno de una familia burguesa, ese mismo año se añadía al nomenclátor la calle donde vio la luz por primera vez: Avenida Wilson, hoy llamada Benito Pérez Galdós,  hija de José Formica-Corsi y Amalia Hezode Vidiella.  Vivió una infancia dura debido a la amarga relación matrimonial de sus padres que terminó en divorcio y que le sirvieron de incentivo para lograr quebrantar prohibiciones sociales y culturales entonces tabúes para las mujeres.

Hizo sus primeros estudios en el colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón en Cádiz, en las Escolapias de Córdoba y en el Sagrado Corazón de Sevilla.  Comenzó sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho de Sevilla en 1931, recibiendo duros ataques por parte de una sociedad clasista y remisa a ver a una que accedía a este nivel de formación y donde tenía que acudir junto a una protección para no recibir ataques físicos. 

Tuvo que interrumpir la carrera debido a la Guerra Civil de 1936, continuándolos después de la contienda en Barcelona y Madrid acabando en 1948, antes se doctoró en Filosofía y Letras en 1945, ejerciendo finalmente como abogada, una de las tres juristas que entonces había en Madrid, renunciando a entrar en el Cuerpo Diplomático ya que estaba vetado en aquel tiempo a las mujeres.

Se erigió en la defensora de las causas presuntamente perdidas de las mujeres maltratadas y marginadas no sólo por sus maridos o familias sino también por las leyes de la época. Orientó su lucha por cambiar las leyes que en la década de los cuarenta del pasado siglo otorgaba la hegemonía al hombre en detrimento de los derechos de la mujer, consiguiendo objetivos inimaginables en la legislación de entonces. Fue ella quien consiguió que en los textos legales de la época franquista se cambiara "casa del marido" por "hogar conyugal" lo que contribuyó también a que tras la separación matrimonial la mujer pudiera disfrutar de la casa donde habían vivido ambos cónyuges.

Eliminó también la indigna figura del "depósito de la mujer", un derecho que tenía el marido de depositar a su mujer en la casa de los padres o en un convento, y ayudó a que se limitaran los poderes incondicionales del marido para administrar y vender los bienes matrimoniales, igual que el derecho a las viudas que volvían a casarse a mantener la patria potestad sobre sus hijos. También puso su grano de arena a que en 1981, cuando ya ella comenzaba a sentir los efectos de la larga enfermedad que la llevaría a la muerte en 2002, se  promulgara la ley que reconocía la plena igualdad de la mujer en el matrimonio.

Al estar emancipada y con solvencia económica propia, optó libremente por el matrimonio  y en 1937 se casó con Eduardo Llosent, reputado intelectual conocido en los círculos de la cultura de Sevilla y Madrid principalmente. Estuvo casada durante 23 años hasta que se separó, declarando la iglesia su matrimonio nulo, volviéndose a casar en 1962 con el empresario vasco José Mª Careaga.

Desde la infancia también tuvo gran inclinación hacia la literatura publicó su primera novela "Bodoque" (Premio Arte y Hogar) a la que siguieron "Monte de Sancha" (Ambientada en la Guerra Civil y finalista del Premio Ciudad de Barcelona) y "La ciudad perdida", más adelante, en "La casa de los techos pintados" vuelve a rememorar la Guerra Civil. Asimismo es autora del prólogo del libro "Los derechos de la mujer contados con sencillez"; y en "La novela del sábado", otras obras fueron "Mi mujer eres tú", "Vuelve a mí", "A instancias de parte" , "¡Peligro de amor!". "El miedo", y la biografía de Pastora Imperio.

Las circunstancias de la época la llevaron a afiliarse a Falange Española, a pesar de ello siguió luchando por los derechos de las mujeres, cosa que nunca estuvo bien vista en el movimiento falangista ni en los círculos donde se movía. Todo ello en unos tiempos en los que probablemente, muchas personas de las que hoy en día la critican no tendrían el mismo valor de defenderlos tal como ella lo hizo en esos momentos. 

Murió en Málaga el 23 de abril de 2002, el destino quiso que se conmemorase desde entonces su muerte junto a la de Miguel de Cervantes y William Shakespeare,  nos dejó  en el llamado "Día del libro".


En octubre de 2015, el Ayuntamiento de Cádiz, de forma sectaria y poco respetuosa con la vida y logros de Mercedes Formica, retiró el busto que tenía dedicado en la calle para colocarlo en dependencias municipales interiores.



viernes, 15 de abril de 2016

Chacolín

Ha caído un artículo en mis manos bastante simpático y con un tema poco tratado, aunque es bastante conocido por los gaditanos que peinan canas, se trata del teatro de títeres que se montaba en el Paseo de Canalejas, o en el Baluarte de San Roque en menos ocasiones, concretamente en el patio de la "Casa del Niño Jesús" y que era conocido como Chacolín, su autor es Antonio de los Ríos,  que lo escribió hace bastantes años, quiero compartirlo con todos vosotros porque está escrito con un gracejo que derrocha gaditanía.  
 
Chacolín fué en cierta forma el descendiente del legendario teatro gaditano de títeres de 'La tía Norica' en el que ocupaba un papel estelar su sobrino Batillo, cuyos personajes se pueden admirar junto a sus escenarios en una sala exclusiva del Museo de Cádiz.
 
Antes de comenzar a leer el artículo, quiero hacer una precisión para aquellas personas que desconozcan la historia: En un determinado momento de la actuación, solía ser en algún entreacto o al final de la función, Chacolín en "persona" entregaba unos regalos a una serie de niños "afortunados" en un sorteo que todo el público infantil seguía con suma atención por si eran premiados.

Aquí tenéis el artículo.

 
¡CHACOLIN, SIESO!

¿Quién era Chacolín, y por qué es sieso?. Si tu tienes cuarenta y tantos o cincuenta pasados, seguro que sabes quién era  “Chacolín” y el que lo califiques de sieso o no, tiene que ver con el poder adquisitivo de tus papás. Vamos, que si tú, de chico eras niño de papá, entonces Chacolín era supermegagüay y supercalifragilisticopialidoso, pero para mí, era un sieso.
Te lo voy a explicar por si acaso (que puede darse el caso) tú no tienes aún cuarenta y tantos y no sabes quién era el sieso de Chacolín. Pues resulta que en los veranos de esos años, en el Paseo de Canalejas se montaba un teatro de títeres; cuyo principal protagonista era el tal Chacolín.

Chacolín era el héroe, y luchaba contra los fantasmas, las brujas, los monstruos y todo lo que se meneaba.

Era un poco corto de luces o de vista, eso sí. Porque me acuerdo que de vez en cuando el tal Chacolín preguntaba a los niños que estaban viendo la representación:

-  ¿Habéis visto a la bruja? Y todos los niños (los que habían pagado el espectáculo y los "colaos", como yo) gritábamos:
- ¡Allí, allí!.
- ¿Dónde? decía Chacolín.
- ¡Detrás tuya!, respondía la chiquillería.

Y Chacolín se volvía y no la veía.
- ¿Seguro que está ahí? decía Chacolín.

Y nosotros ya cabreados:  "Que sí joé ¿no lo estás viendo, que pareces tonto?".  Bueno, pues al final  Chacolín, aunque medio tonto y sordo como una tapia, se cargaba a todos a golpes de estaca. Y la chiquillería, no veas, loca de contenta.
 
 

Y tú ahora me vas a preguntar:  Bueno, ¿y por qué era un sieso Chacolín? ¿Acaso era de la UGT, o no tiene nada que vé? (lo de la UGT es porque rima, no se vaya nadie a mosquear). Pues sí, era un sieso, porque cuando terminaba la representación salía al tenderete y "emprincipiaba" a decir nombres de chiquillos, y tal como se iban acercando a Chacolín, éste les daba bien un paquete de caramelos, un balón de fútbol, una muñeca (si era una niña -ojo que hay que aclararlo todo-) una equipación del Cádiz, etcétera, etcétera, etcétera (¡verás que tú no lo habías visto nunca escrito con todas sus letras, eso de la etc!)

A lo que iba, que Chacolín repartía juguetes y regalos a todos los niños; y yo, como un chiquillo más, quería que mi héroe (Chacolín) alguna vez se acordase de mí y me regalase algo. Pero claro, tuvieron que pasar muchos años para que me diese cuenta que Chacolín era mi Rey Mago (el mismo que nos traía a los cinco hermanos por Reyes todos los años un “Juego Reunidos Geyper y a jugar” (decía el slogan) -a ver coño, no te lo ibas a comer-. Y mi rey Mago, te lo explico, no vaya a ser  cosa que tú seas más torpe que Chacolín, era mi padre.
Y claro mi padre, estaba (como la mayoría de los de aquella época) canino y a lo sumo me llevaba a ver Chacolín desde fuera, o sea sin asiento y yo en mi ingenuidad, cuando terminaba la función, le decía a mi padre: "¿Papa vamos a acercarnos a ver si Chacolín esta vez me regala un paquete de caramelos?" Y él, con dos nudos en la garganta, (uno era el de la corbata) me decía: "Sí, acércate picha, a ver si tienes suerte".
Pero estaba claro que Chacolín era un interesado y sólo le regalaba a los niños de los papas pudientes.

¡CHACOLIN, SIESO!.